Hablemos por la igualdad.
En una época como la nuestra, en la que las discriminaciones sufridas por el sexo masculino a lo largo de la historia y en el momento presente aún no han sido correctamente identificadas y mucho menos se dispone de acciones correctas encaminadas a erradicarlas, los hombres nos encontramos con el hecho indiscutible de que desde nuestra infancia se nos educa para entender las discriminaciones sexuales sufridas por las mujeres, y se nos pide que nos rebelemos contra todo lo que represente machismo, misoginia o androcentrismo.
Se espera de nosotros que renunciando a la lucha por nuestra propia liberación y sin disponer siquiera de una terminología adecuada que nos permita señalar nuestras discriminaciones, no sólo ante la sociedad, sino antes que nadie frente a nosotros mismos, actuemos hipersensibilizados con el interés claramente favorable a uno de los dos sexos que caracteriza al movimiento feminista, mientras mantenemos apartadas de nuestra consciencia y plenamente ignoradas las discriminaciones masculinas de las cuales somos las víctimas preferentes. Básicamente se nos pide que nos dejemos alienar por los análisis de la preigualitaria ideología feminista, vivamos en la ignorancia y la insolidaridad con los de nuestro mismo sexo, prioricemos el interés y beneficio de la parte femenina de la humanidad, y pasemos por alto las desventajas que por rol la sociedad nos ha asignado, evitando comprenderlas y organizarnos como grupo sexual para luchar contra ellas hasta su erradicación y la potenciación máxima de los hombres y la masculinidad.
Son muchos los pasos que deben darse hasta que este fin sea alcanzado, pero el despertar de un mayor deseo de liberación entre los varones, junto con la concienciación del conjunto de la sociedad de los abusos y medidas discriminatorias cometidas por las ramas menos igualitarias del movimiento feminista, han favorecido desde hace ya muchos años la aparición de uno de los requisitos necesarios para que se produzca este cambio. Concretamente el uso de un lenguaje de reivindicación contra la desigualdad que perjudica y discrimina al sexo masculino, similar y homologable al lenguaje de reivindicación ya existente y útil para combatir las discriminaciones sufridas por las mujeres, y fuertemente contestatario desde el punto de vista ideológico con quienes sostienen que los hombres somos privilegiados y opresores, y no podemos ser considerados, a pesar de la multitud de evidencias que demuestran el error de esta afirmación, como grupo sexual discriminado u oprimido. Así la categoría de grupo sexual discriminado y el apoyo de cualquier índole que pueda resultar de esta situación es reservado para el sexo femenino, según el esquema ginocéntrico defendido por la mayor parte del movimiento feminista, a excepción de ciertas honrosas personalidades y corrientes más evolucionadas intelectualmente dentro de este movimiento, más capacitadas por lo tanto para entender con un mínimo de lógica en que debe consistir la verdadera igualdad entre hombres y mujeres.
Cada vez se está empleando más en nuestro entorno este nuevo lenguaje de liberación que se populariza rápidamente de un modo beneficioso e irreversible. Este es un avance muy importante, ya que la primera liberación es la de la palabra, y si la ciudadanía se inclina cada día con más fuerza a usar un lenguaje defensor de los derechos de ambos sexos favoreceremos el conocimiento de todas las discriminaciones y con ello el avance hacia una situación más justa.
Es un hecho indiscutible que una buena parte de la sociedad es consciente de lo que significa el “hembrismo” en cualquiera de sus múltiples expresiones, las políticas y medidas de un carácter claramente “femicéntrico” que monopolizan la mal definida lucha por la igualdad actual, o la profunda “misandria” presente desde el comienzo de su andadura en las formas más radicales del feminismo, incluyendo los análisis tendenciosos y manipulados realizados por su rama más politizada e influyente a nivel internacional, el vergonzosamente discriminatorio pero fuertemente respaldado por los gobiernos feminismo de género, que con sus abusos y ataques continuos a la igualdad entre los dos sexos ha contribuido a incrementar notablemente la lucha de los grupos defensores de los derechos de los hombres, conocidos anteriormente como grupos de Mandefender* y ahora cada vez más como “masculinistas”.
Pero a pesar de que los términos entrecomillados del párrafo anterior son comprensibles y muy conocidos aún no es del todo correcto hacer uso de ellos, ya que no están incluidos en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
Por este motivo, aunque sorprenda, puede resultar cuestionable afirmar que la ya fallecida pensadora y activista feminista Andrea Dworkin, fue una “hembrista” radical y “feminazi”, y que su célebre cita “Quiero ver a un hombre golpeado hasta transformarse en una pulpa sanguinolenta, con un tacón alto incrustado en su boca, como una manzana en la boca de un cerdo” representa un claro ejemplo de “misandria”. O que las macroencuestas realizadas por el Instituto de la Mujer para calcular la presencia de malos tratos dentro de la pareja carecen de rigor científico y valor objetivo, ya que son claramente “ginocéntricas” o “femicéntricas” porque valoran únicamente con gran exhaustividad los malos tratos físicos o psicológicos sufridos por mujeres a manos de sus parejas masculinas, sin indagar en lo más mínimo sobre la cantidad de malos tratos físicos o psicológicos sufridos por los hombres a manos de sus parejas femeninas, dando como resultado una elevada tasa de malos tratos sufridos por la población femenina. Un cálculo manipulado útil como herramienta ideológica que justifique la creación de leyes “hembristas” como la Ley Integral Contra la Violencia de Género. O como es también “ginocéntrica” o “femicéntrica” la Ley de Igualdad, por poner un botón de muestra en su disposición adicional novena punto dos, en la que se prioriza la atención a la salud laboral de las mujeres, a pesar de que la mayor parte de accidentes laborales graves o mortales en el trabajo, más de un 95% de los casos en los dos supuestos, son sufridos por hombres. También las enfermedades laborales graves o los fallecimientos derivados de las mismas afectan con más frecuencia a los hombres que a las mujeres.
Es evidente que la lucha por la igualdad, que debe incluir también la lucha por los derechos de los hombres y la liberación masculina, requiere de la formalización de unos términos clave que si bien disfrutan desde hace muchos años de una amplia utilización aún no han sido aceptados en los diccionarios al uso, ni en el más importante de todos, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Por eso conviene emplear estos términos de un modo recurrente en todas las ocasiones que sea posible, aumentado su presencia en el uso vivo del lenguaje y la literatura escrita, hasta lograr su plena formalización y reconocimiento como una contundente y efectiva manera de subrayar, divulgar y reclamar la atención de nuestras instituciones ante las discriminaciones de género masculinas.
Las palabras que se han desarrollado para reivindicar desde una óptica masculinista o de crítica con los defectos y abusos surgidos del feminismo serían las siguientes:
Hembrismo: Actitud de prepotencia de las mujeres respecto de los hombres, o parcialismo discriminatorio claramente favorable a la mujer en acciones u opiniones. El proceso psicosocial de “empoderamiento femenino” nacido del feminismo y en el que esta ideología tiene un gran interés en su vertiente de valoración prioritaria del significado y valía de la mujer, favorece este fenómeno, ya que ensalzar a un grupo culturalmente de un modo duradero y exclusivo conduce invariablemente a la apreciación superior y exagerada de este y la minusvalorización o el desprecio de los grupos cuya imagen ha sido menos potenciada.
Masculinismo: Doctrina de pensamiento y movimiento social que centra sus intereses y acciones en el análisis y erradicación de las discriminaciones de género masculinas presentes en la sociedad, y el desarrollo y potenciación holístico de la masculinidad, con el propósito de crear una sociedad más igualitaria entre hombres y mujeres, actuando como un complementario del feminismo para los varones, en favor de una auténtica igualdad.
Misandria o misoandria: valoración negativa o nociva de los hombres, potenciadora de aversión, desprecio, minusvaloración, rechazo u odio hacia la figura masculina y transmitida culturalmente hasta el punto de convertirse en un elemento educativo. Se consideran generadoras de la misandria o misoandria algunas tendencias feministas fuertemente influenciadas por un claro sentimiento antivarón, así como diferentes discriminaciones de género vinculadas social e históricamente con los hombres, a partir del rol que la sociedad les asoció desde sus primeras etapas de desarrollo. Entre las tendencias de la ideología feminista que potencian la misandria o misoandria, destacan fundamentalmente aquellas más radicales que han equiparado el esquema marxista de la lucha de clases a la relación social e histórica de los dos sexos, mediante un análisis maniqueísta que equipara lo masculino con lo privilegiado y opresor, y lo femenino con lo discriminado y oprimido, favoreciendo así este sentimiento de odio mediante una descripción básicamente negativa de lo masculino. En su vertiente nacida de las discriminaciones de género masculinas este fenómeno ha tenido y tiene también una significativa influencia social e histórica, resultado de dos de las principales y más atávicas de estas discriminaciones, por un lado “la competencia extrema entre varones” y de otro “la vinculación de lo masculino al riesgo”
Ginocentrismo o femicentrismo: Interpretación del mundo y de las relaciones sociales centrada en el punto de vista femenino, tendente a orientar en gran medida las políticas y recursos sociales en beneficio de la mujer, ya sea erradicando sus discriminaciones específicas de un modo preferente y minucioso, al mismo tiempo que se invisibilizan e ignoran las masculinas, o tratando de potenciar una mejora prioritaria de la capacidad y calidad de vida de la mujer en comparación a la del hombre, o bien favoreciendo la solución de cualquier conflicto de intereses entre los dos sexos mediante posicionamientos asimétricos clara y habitualmente favorables a la parte femenina. Se trata en lo fundamental de un resultado inevitable del auge cultural, social y político de la ideología feminista, la cual, posicionada desde sus primeros dogmas y postulados a favor de uno de los dos sexos, conduce invariablemente a la discriminación del otro, si no se introducen elementos correctores que afecten a su dinámica fundamental.
Feminazismo: Término referido a las políticas y posturas más radicales nacidas del movimiento feminista, cuando éstas violan derechos fundamentales de los hombres para resolver discriminaciones de las mujeres, potenciarlas en exclusiva, resolver situaciones de conflicto entre ambos sexos en claro beneficio de la parte femenina o fomentar la misandria.
Muchos hombres, y también muchas mujeres, sabemos por nuestras propias experiencias que estos términos están sacados de la realidad social y de las vivencias de ambos sexos.
El protagonismo creciente que les demos en nuestra lengua ayudará a luchar por la verdadera igualdad y a identificar las injusticias cometidas por los y las sexistas de cualquier tipo. Y esta es una petición igualitaria ya que en el DRAE se han aceptado los términos homólogos que sirven para reivindicar a favor de los derechos de las mujeres desde hace muchos años (existe machismo, contrario de hembrismo y feminazismo, existe misoginia, contrario de misandria, existe feminismo, contrario de masculinismo, y androcentrismo contrario de ginocentrismo y femicentrismo) pero no se incluyen los términos necesarios para poder reivindicar a favor de los derechos de los hombres.
De esta manera puede oficialmente reivindicarse contra el machismo, pero no resulta oficialmente aceptable hacerlo contra el hembrismo, ya que el término ni siquiera está aceptado como válido. En la medida en que este tipo de lenguaje se formalice estaremos destruyendo el ventajismo de lo políticamente correcto del que tantos beneficios obtienen las feministas radicales y arrebatándolas parte del poder inmerecido que poseen en la actualidad, paso previo a una correcta revisión histórica de sus abusos y posterior arrinconamiento de su ideología, que por radical y discriminatoria no merece ninguna posición destacada.
Y a los hombres como los principales discriminados por el movimiento hembrista y principales encargados de la lucha por nuestra liberación nos corresponde utilizar en nuestro día a día y más que a nadie estas palabras, para describir a las hembristas con las que convivimos y de los que la mayoría conocemos varios casos notables, en nuestros puestos de trabajo o lugares de estudio, en los programas de televisión, o charlando sus tópicos cargados de ignorancia y sexismo en las cafeterías o el transporte público, a veces incluso casadas con hombres a los que recriminan con sus famosos latiguillos del estilo a “mis hijos son mis hijos y a mi marido me lo encontré en la calle” o “si me hace eso le pongo la maleta en la puerta” o “duerme en el sofá” o aún más prepotente y chulesco “duerme en la bañera” . Expresiones y pensamientos típicos de la hembrista media, previos en algunos casos a los divorcios abusivos en los que la custodia de los hijos se dará de forma preferente a la madre junto con la mayor parte del patrimonio común de la pareja.
O masculinismo, para todos los grupos y particulares que están trabajando sin ningún soporte estatal a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, denunciando tanto las discriminaciones de género masculinas más atávicas, como la “competencia extrema entre varones” y “la vinculación de los masculino al riesgo” como los excesos e incoherencias cometidos por un movimiento ultrafeminista cada vez más poderoso, corrupto y abusivo.
O misandria, para definir a todas las feministas radicales envenenadas por su propio odio contra el sexo masculino y muy necesitadas de poder trasladar ese odio al conjunto de la sociedad con el fin de poder dañarnos a los hombres a los que tanto nos detestan.
Como por ejemplo las feminazis similares a Andrea Dworkin.
Necesitamos de este lenguaje propio para evidenciar todo lo prefieren que ni sepamos ni digamos, a fin de mantenernos en la ignorancia y la indefensión como grupo sexual. Y cuanto más claro y exacto sea nuestro lenguaje de crítica y liberación masculinista más nos ayudará a avanzar en igualdad, enfrentando tanto la discriminaciones nacidas del primer reparto de roles entre los dos sexos como las creadas más recientemente por el hembrismo y todas las hembristas y feminazis que lo construyen y respaldan.
* Mandefender: Del inglés, defensor de los hombres.
Gustavo Revilla.
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