jueves, 25 de febrero de 2016

Hablemos de la dote masculina el día de San Valentín.




De forma tradicional y también en la época presente fuertemente influenciada por el feminismo de género hemos oído hablar de la dote femenina, es decir, una cantidad de bienes o dinero que debía pagar la familia de la novia en una boda a la familia del novio, para compensar por el hecho de casarse con una mujer, en un claro gesto discriminatorio que ha sido ampliamente criticado.

Pero no se nos ha hablado de la dote masculina como otro desequilibrio, desigualdad o discriminación que afecta fundamentalmente a los hombres en sus relaciones con las mujeres, y fácilmente reconocible por el hecho de que  en las relaciones heterosexuales se repita el típico esquema de que el hombre tenga un status social y económico superior al de su pareja femenina, y muy raramente se observe el caso inverso. Es decir, no resulta extraño el que un abogado exitoso se case con una secretaria, que un piloto se case con una azafata, un empresario con una contable o un ingeniero con una administrativa. Pero en muy contadas ocasiones encontraremos los casos inversos, como por ejemplo que una abogada exitosa se case con un secretario o una empresaria con uno de sus contables. De hecho es un rol establecido que las mujeres opten por hombres de un nivel socioeconómico superior al suyo y los hombres paguen la dote masculina sin darle importancia siquiera, como un aspecto normal dentro del modelo de heterosexualidad *en el que vivimos.

Se ha dicho que esta dote masculina se debía a que las mujeres en el pasado carecían de los medios y oportunidades para poder ganarse la vida por sí mismas y en consecuencia debían mostrarse más interesadas y materialistas en su relación con los hombres, para protegerse de este desamparo económico. Sin embargo esta explicación no resulta suficiente, ya que una de las principales razones por las que actualmente muchas mujeres con puestos de trabajo bien remunerados y de alto nivel no encuentran pareja masculina se debe precisamente a que consideran como exclusivos candidatos para una relación de pareja estable, matrimonio o proyecto familiar a varones que estén igual o, a ser posible, mejor situados que ellas. Es decir, muchas de estas mujeres consideran el recibir el beneficio sexista de la dote masculina como un elemento fundamental de su relación con los hombres.

Siendo justos cualquier dote representa una discriminación que ninguno de los dos sexos debería sufrir, y aunque no se nos hable de la dote masculina a los hombres nos corresponde comprender que ésta existe y hacer lo posible por hacerla desaparecer. En el momento en que la mayoría de los hombres comprendan la explotación y el egoísmo sexista de quien les valora más por lo que tiene o pueden conseguir que por ellos mismos, y se decidan a establecer relaciones igualitarias con las mujeres ignorando por completo a aquéllas que aman la dote masculina más que al hombre, la unión heterosexual se basará en una justa medida de valor personal de cada miembro de la pareja y podrá erradicarse esta forma de desigualdad.

*Fuera del tema de la dote masculina que es el que centra este texto, también podría considerarse como elemento no igualitario en el vínculo sexual y afectivo entre los dos sexos la clara influencia del grado de belleza física, considerada respecto a los cánones establecidos, de las mujeres en la elección de pareja por parte de los hombres. Es obvio que ambos sexos deberían cambiar su proceder general para lograr una mayor armonía e igualdad en sus relaciones. Pero debe quedar claro que tanto los hombres como las mujeres pueden ser susceptibles de aprovecharse de sus parejas y obrar con un grado comparable de egoísmo, aunque sea de diferente naturaleza, dentro de la relación heterosexual.

Gustavo Revilla.

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