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jueves, 22 de noviembre de 2012

El esperpéntico caso del juez Serrano: Por Carlos Herrera



Imprimir Sin necesidad de ser un jurista de baja intensidad, cualquiera que analice el caso del juez Francisco Serrano se da cuenta de que se encuentra ante un caso de exageración penal, por no decir de manifiesta injusticia. Dicho togado prolongó por un día la custodia paterna de un muchacho para que este pudiera acudir a la Estación de Penitencia de su hermandad de la Madrugada sevillana, tal y como era su deseo debidamente manifestado. Cuando menos, puede considerarse un error de procedimiento, pero poco más. Al juez en cuestión, por haber tomado dicha decisión, siempre discutible, le han inhabilitado por diez años amén de cargarle con las correspondientes sanciones económicas. Tiene su explicación.


Francisco Serrano es una suerte de hereje. Es, como parece, un hombre de principios concretos en quien la Escuela Británica de Diplomacia jamás confiaría una clase magistral para sus licenciados. Pero es un hombre libre, víctima del Pensamiento Único y de diversos fanatismos, que lleva años luchando en beneficio de las mujeres maltratadas antes de que existieran las leyes zapateriles de violencia de género y otras hierbas, esas que consideran que el hombre siempre es el violento y que, si lo es la mujer, es por autodefensa explicable. Ya se sabe que dichas disposiciones legales consideran que la gravedad de un acto cometido no lo aporta el contenido del mismo, sino la pertenencia al género masculino. Rebelde ante muchas de esas disposiciones, Serrano ha sufrido persecución, difamación, desprestigio y no pocas embestidas por su terca discrepancia de la teoría comúnmente aceptada de que el hombre siempre es culpable por el principio elemental de las cosas. En una sentencia, que más que una sentencia es una golfada, ha sido víctima de la corrección política. Dicha decisión no resiste la justicia comparada: si a Serrano le han apartado diez años de su carrera judicial por conceder un día más de custodia a un padre ante una madre intransigente, habría que preguntarse qué habría que haber hecho con otros jueces míticos de la progresía por haber tomado decisiones mucho más trascendentales en el discurrir de la justicia. No hace falta dar nombres.

En el Supremo se produjo el esperpento. Un abogado melodramático y extemporáneo y una madre milimétricamente dedicada a la persecución de su antiguo cónyuge consiguieron convencer a unos jueces -de comportamiento algo bovino y lanar- de que se había cometido una conspiración criminal para destrozar a una progenitora B. De no haber sido una cofradía de Semana Santa y de padre a madre, el caso no hubiera obtenido registros semejantes al disparate, en el que el mismo ponente que defendía una cosa en otro proceso bien conocido defendía lo contrario en el presente. Repito: se trata de un día más de custodia a un padre, nada más. No ha excarcelado a narcotraficantes, no ha sido sobornado por delincuentes, no ha abierto causas generales que no le corresponden, no ha grabado conversaciones privadas de abogados. Solo ha permitido que un niño saliera de paje en una cofradía, tal y como era su deseo. Eso se salda con diez años de inhabilitación.

Serrano ha escrito un libro. Se titula La dictadura de género (Almuzara, 2012) y en él da debida cuenta de cada detalle de este caso surrealista, demencial y esperpéntico, en el que relata no pocos fundamentos de la diferencia elemental entre el feminismo y la ideología de género. Lo primero es un movimiento histórico y espontáneo en busca de la igualdad y la justicia, en el que han volcado su esfuerzo millones de mujeres y no pocos hombres, y lo segundo es un intento no espontáneo y sí político concebido independientemente de la realidad y estructurado como un sistema cerrado de ideas. No es un libro políticamente correcto. Advierto a pusilánimes y a abandonistas. No incurre en cursilerías de lenguaje ni en conceptos timoratos. Es el relato de un hombre que puede haberse equivocado, como todos, pero que siempre ha procurado ser justo. Y que se rebela ante el hecho de que cuando un hombre es declarado inocente lo sea, básicamente, por no haberse podido probar su culpabilidad.No le gustará a muchas sectas de comportamiento cínico. Pero alerta a muchas conciencias de lo que se sigue cociendo en el apasionante mundo de la Justicia acomodada a las dictaduras de pensamiento correcto.

Carlos Herrera.

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